miércoles, 16 de julio de 2008

Mujeres que Están Como Cabras

(Prefacio para mi segunda colección de cuentos)


Me observé en el espejo, incrédula. A mí también me habían salido cuernos hacia atrás y una blanca barba alargada. Yo era una cabra. Por eso me buscaba este rebaño de mujeres enloquecidas. ¿Será esto una consecuencia más de mis amores a medio hacer o de mis esperanzas puestas en sueños ridículos? Ya lo diagnosticó mi psicóloga (la Yeza): estás como una cabra –¡y eso que no me ha visto pasar entre gritos las horas eternas del tráfico caraqueño!.
Me dijeron: escribe, y yo puse las manos sobre el teclado de la computadora. Conocí, entonces, la bendición de escribir desde la vagina—porque con el cerebro (hombres: anoten), no se puede entender a una cabra. Si a las mujeres se nos compara con los desagradables y cornudos mamíferos rumiantes que llevan un mechón de pelos largos colgante de la mandíbula inferior, es porque se no cree desequilibradas. En nuestro mundo, donde la construcción del significado es un privilegio de lo masculino, la fémina pugnaz tiene que estar loca.
Estas cabras, claro, tiraban para el monte, pero yo las detuve y las metí en la urbe. Sorpresa. Eran mujeres citadinas. Sus historias comenzaron a llenarme las páginas que siguen. A unas las malquerían los esposos, los novios, los amigos y hasta los hijos; a otras las habían atacado con palabras o con acciones, encerrándolas en la pasividad de sus hogares o condenándolas a vivir con la marca de la violencia en su memoria. Hubo una niña que, entre lágrimas, me dijo que querían matarla.
Aquí va una colección más que narra las historias de ciertas mujeres que no saben qué hacer con sus vidas. Otra. Como si medio universo no hubiera ya contado los mismos cuentos. Me disculpo. Pero los traumas que llevaban a cuestas y su alma revuelta me dieron lástima. Tuve que hacerlas ficción—advertencia: como todas ellas son del mismo rebaño, se conocen, y por eso esta colección tiene personajes que saltan de una narración a otra.
Cuando reviso lo que escribí, me da vergüenza, porque estas cabras son, como quien dice, medio oligarcas. Me gustaría haber contado también las historias de las otras, las que no tienen tiempo ni dinero para ponerse a lloriquear por hombrecitos, las que muerden la vida como si fuera un limón que se chorrea en verdes y en maduras.
Pero a mi me buscó el rebaño con las gevas más bobaliconas.
Yo, empero, tengo mucho que agradecerles: ellas me eligieron la Reina de las Idiotas este carnaval y es lo único que he ganado, así que lo voy a celebrar. No me queda más que amarlas, a ellas que son un poco de mi misma. Ahora, me precipito a cerrar la puerta de este corral de letras, no vaya a ser que alguien crea que estas cabras locas son, también, humanas. Por favor, juzguen con benevolencia a estas mujeres, pues cualquiera sea su falla es, más bien, de quien las metió aquí.


Michelle Roche Rodríguez
Julio, 2008.