miércoles, 28 de abril de 2010

El deslave revisitado

El libro de Paula Vásquez Lezama remueve los cimientos de una desgracia que los venezolanos recordamos ahora como parte de la historia antigua del país, aunque ocurriera, apenas, hace una década. El deslave de Vargas, acaecido en 1999 y en especial la manera como se resolvió (o no-e-resolvió) es una constatación de la eficiencia administrativa del gobierno que desde entonces ah estado de turno. Mas allá de lo escrito, Poder y catástrofe: Venezuela bajo la tragedia de 1999 hace una acuciosa investigación antropológica de la situación de los damnificados resultantes del desastre natural y de el uso político que la Revolución Bolivariana hizo de ellos al elevarlos a la categoría de “dignificados”, lo que según Vásquez Lezama fue una treta populista para convertirlos en propaganda política a favor del oficialismo. Es interesante también su uso de la definición de “biopolítica”, la cual toma de las investigaciones de Michel Foucault y adapta a la intervención de controles de regulación de la población en e caso de la regulación espacial de las víctimas del deslave. Entre otras reflexiones del texto, la autora critica que la asignación de viviendas nuevas a los damnificados –mismos los “dignificados” del discurso presidencial—privilegió el retorno de las poblaciones desfavorecidas a las regiones menos pobladas del territorio nacional, en atención a una vieja máxima de la cultura nacional que privilegia las bondades del campo y busca un supuesto equilibrio territorial, que se limitó apenas a la construcción de viviendas en territorios medianamente urbanizados, sin incluir las instituciones que cubrieran las necesidades básicas de la población –incluyendo alimento y salud.
La catástrofe de Vargas, concluye el lector de lo escrito por Vásquez Lezama, es un microcosmos de las políticas del chavismo y de su verdadera manera de concebir al soberano.

lunes, 5 de abril de 2010

La belleza de los peces


Algún día voy a escribir, por fin, ese ensayo sobre la belleza y le voy a poner como epígrafe una cita de Pedro Enríque Rodríguez: “Algunas personas no son bellas, son versiones de la belleza”. No sólo porque me parece una frase que en lo sencillo y lo certero de su aseveración resume la genialidad, sino porque yo misma no estoy segura de entender qué significa la belleza.
Esto dicho –o escrito– tengo que apuntar que me enternecieron los mudos peces voladores que Rodríguez aprisiona en su segunda publicación: El silencioso vuelo de los peces (Equinoccio, 2009). Allí reúne 14 relatos cortos cuyos temas caminan entre los intricados meandros de las relaciones humanas con una elegancia poblada de evocativas imágenes sentimentales.
Me gustaría sacar copias y repartirlas entre los escritores más jóvenes, porque Rodríguez descubre allí algo espasmódico: que la unión entre la sencillez del argumento y la concreción de una imagen golpea el alma con la contundencia de la empatía. Y ¿qué más puede pedir uno del lector que su empatía?
El autor hace algo allí que a mi me ha costado la vida entender: que una historia no es sobre su argumento, sino sobre los sentimientos que despierte en quien la lee.
“Una mujer sola en la paya”, el cuento al que pertenece la cita con la que comienzo este texto, será discutido este miércoles 7 de abril en el evento Repliegues narrativos que él organiza con otros autores cuyas carreras apenas comienzan como Krina Ber, Gabriel Payares y Carlos Villarino –todos de probada solvencia en la prosa de ficción. En esa convocatoria estaré yo, sin mi grabadora pero con mi libreta, tratando de meterme en las burbujas de ciertos peces y tratando de entender cómo se logra esa alquimia contundente de la ficción sencilla.
¡Enhorabuena por los peces de bellas imágenes y por la narrativa que ya no debe replegarse!

FOTO: Mi tribu urbana (mitribuurbana.zonalibre.org/ archives/peces1.jpg)