viernes, 6 de marzo de 2015

Nitidez y distorsión

Nunca he tenido problemas para poner el dedo exactamente sobre lo que estoy sintiendo. Pocas veces me confundo y suelo tener amistades, odios y amores tan nítidos como las nubes blancas que atraviesan el cielo caribeño.
Pero la escritura es otra cosa: No he concebido un solo personaje que tenga claro qué es lo que siente por quién y, con frecuencia, me encuentro con que la mujer que estaba perdidamente enamorada de un hombre en el primer borrador desarrolla en el segundo un odio visceral. Y ese protagonista que había comenzado detestándola, como todo personaje tiene espíritu de contradicción, ahora quiere proponerle su amistad. No he conocido a un solo hombre sin apetitos sexuales, pero ya cuento tres personajes que o quieren mantenerse castos o están en un momento en que prefieren tomarse su tiempo. Al principio, todas mis heroínas tienen nombres de mujeres puras –hay una Teresa, una Beatriz, varias Marianas y cada dos días se me ocurre una Virginia– pero sus deseos son más oscuros que las sombras dentro de la caverna de Platón. Ninguno de estos sujetos tiene nada claro y avanzan por el desorden de mis notas ávidos de caracterización y de perfección. Pero yo que estoy más viva que ellos estoy segura que no hay nada que sirva.

La literatura, pienso ahora, no es la vida como es, sino como debería haber sido.

1 comentario:

A. Torres De Witt dijo...

Me recuerda a Pirandello y a sus personajes en busca de autor. También, lo dicho por Lawrence Durrell: "A una mujer se le puede amar, se puede sufrir por ella, o se le convierte en literatura" (vale también para los personajes masculinos). Los personajes son hijos del autor, hasta que se publica. Después tienen propia vida.